Fugaz y mortal como la vida

Prólogo al libro Juego de Trenzas, de Rossemarie Caballero
Lo bueno si breve, dos veces bueno (Gracián)
Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2018

Fugaz y mortal como la vida


Me siento afortunado por haber sido uno de
los primeros lectores de este compilado de cuentos
(el más reciente [pero no por ello el último]) de
Rossemarie Caballero, no tanto porque la considere
mi amiga, sino porque la literatura siempre logra
hermanar a los que estamos en el oficio y también a
los que no, sin importar las distancias. La literatura
y, en este caso (cual oxímoron de un solo sentido),
la buena literatura que es de por sí la verdadera, no
tiene fronteras ni diferencias, y eso se agradece.


Mientras recorría las cortas pero punzantes
narraciones de Rossemarie, me asaltaron algunas
ideas, unas relacionadas a la forma con la que están
escritas; otra, por los temas que aborda y, al mismo
tiempo, por el grado poético que presentan, a pesar/
gracias, a la brevedad que las caracterizan.
Me permito reconocer que, al menos para mí, el
campo de la narrativa breve es difícil de abordar, no
tanto como el microcuento (que da por hecho ciertas
situaciones al lector), sino por la narrativa breve
como un espacio que expone su microuniverso,
lleno a veces de detalles, vacío de descripciones
innecesarias y, sobre todo, atiborrado de espacios
para establecer ideas y, mejor aún, incógnitas.
Chejov afirmó que la literatura no daba
respuestas; en cambio, sí que planteaba profundas
interrogantes. Eso precisamente es lo que la narrativa
de Rossemarie hace en este compilado: plantear
situaciones hipotéticas, casi reales, poéticas y a su
vez llenas de una violencia muy sutil, lo cual hace
al lector un testigo, a veces sorprendido, a veces al
borde del paroxismo, del cotidiano y las relaciones
humanas. Considero que el uso de la brevedad
también tiene su ritmo y su forma dentro de la misma
composición, que eso se respeta a tal grado que
sería como hacerle una microcirugía cerebral a un
paciente con Alzheimer (si algunos dicen que esto es
falso, que le pregunten a un médico especializado),
y lo que logra ella va más allá de la literatura
enlatada por ser breve, esa que es escrita para ser
vendida en ferias nomás y que luego se olvida, como
muchas de las obras que hoy en día nos arruinan el
valor de lo breve como bueno, porque ya lo escribió
en su “Oráculo manual y arte prudencia” Baltasar
Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”;
Rossemarie ejercita un haiku narrativo admirable y
profesional, y va mucho más allá, porque, como ella
postula a la excelencia en su narrativa, también logra
dominar la palabra como pocos.


Me explico: Rossemarie lo ha pensado bien antes
de abordar cada cuento, comprende a pies juntillas
la frase de Emily Dickinson: “Si se quiere viajar
lejos, no hay mejor nave que un libro”, y aunque sus
cuentos carecen a veces de un contexto específico, sí
se huele y se toca el cotidiano, la coyuntura del pensar
enclaustrado en nuestros vacíos educacionales; no
pretende resolver los problemas que describe, sino
que les da un toque ambiguo para que el lector logre
comprender y se sorprenda.


Hellen Keller, en su obra analítica, afirmaba
lo siguiente: “La ceguera nos separa de las cosas
que nos rodea, pero la sordera nos separa de las
personas”; Keller era invidente, pero también muy
lógica en sus consideraciones sobre la vida. En cada
cuento de Rossemarie late esta frase. Podemos ser
ciegos simbólicos, pero si somos sordos, terminamos
en islas pequeñas de existencia. No queda mucho
qué apreciar cuando uno está en una isla así,
rodeado de nada o de la opinión que uno tiene con
relación al mundo.


Si bien la existencia no tiene sentido, que estamos
programados a una forma de tratar al mundo y a
las personas y esto determina la epifanía del vacío,
Rossemarie se sincera y trata de regalarnos, en cada
línea de este grandioso libro, pautas para comprender
que, si bien no hay salida en este laberinto, sí podemos
completar las situaciones presentadas, preguntarnos
cómo caemos a veces en lo trivial y dañamos a los
seres que queremos, casi sin notarlo.


La felicidad, esa cosa tan lejana pero latente,
también está presente en el libro de Rossemarie,
pero más que todo implícita en la frase de una
colega suya, Marguerite Duras, y casi me arriesgaría
a decir en la frase de su maestra espiritual: “Con el
tiempo te das cuenta que el sentimiento de felicidad
que encuentras con un hombre no necesariamente
prueba que lo ames”.


La felicidad, esa cosa rara, tan fugaz y mortal
como la vida misma, está presente en estos
cuentos y al mismo tiempo no: la sentimos desde
su ausencia, en las situaciones que rodean los
sentimientos de los personajes, en las suposiciones,
en los monólogos internos, en los actos y en ese
nivel de poética del lenguaje, tan breve y sencillo
como el último suspiro, tan bello y descomunal
como un átomo que se divide…


Con el tiempo me he dado cuenta que se puede
escribir sobre toda temática, pero si no le pones
carne, alma y sangre al trabajo narrativo, el escrito
sabe a nada, a ese vacío del que pretendemos huir.
Rossemarie nos aleja un poco de ese vacío para
que lo veamos, para que lo apreciemos y hagamos
algo al respecto, al menos para combatirlo o
acostumbrarnos a su presencia omnisciente.
No pierdan más tiempo y buen provecho. Los
cuentos de Rossemarie son un alimento para quien
busca buena literatura.
Daniel Averanga Montiel
Ceja de El Alto, Bolivia

Haz clic para acceder a IV%20GALERA%20-ROSSEMARIE–18-07-18-.pdf

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