Los vagidos del gato

Los vagidos del gato (o tal vez gata) fue finalista en el Concurso nacional de cuento Adela Zamudio, Cochabamba, Bolivia, 2008, habiendo obtenido la Primera mención de honor; sin embargo, años después el escritor y miembro del jurado calificador Jorge Ayala Zelada (^) publicó un libro de ensayos donde analiza este cuento y asegura que fue el nato ganador del concurso, pero que otros intereses primaron para distorsionar el resultado. Pero lo importante es que el cuento existe y es un excelente y original escrito literario como lo reconoce la crítica que adjuntamos.

Cuestión femenina en Los vagidos del gato, por Haydee Nilda Vargas.
Publicado en Santa Cruz, 2009 por editorial La Hoguera
Los editores escribieron la valoración del libro

Los vagidos tapa

LOS VAGIDOS DEL GATO
Por: Jorge Ayala Zelada
Los vagidos del gato,de la autora boliviana Rosse Marie Caballero, es un libro que contiene amenos cuentos escritos con intensidad y pasión.  El tema común y transversal que los caracteriza es la azarosa vida de pareja con sus típicas y dolorosas rupturas, reencuentros y nostalgia. Amor, sexo y matrimonio son tópicos frecuentes que permiten el despliegue de los personajes como piezas de ajedrez en que cada una sigue una prefijada ruta: “sesgo alfil, peón, ladino, torre directa”. Sí, ya vienen los  versos de la rica y a la vez rigurosa imaginación borgeana. Peones de paso rápido y breve, pero no necesariamente agresivo.  Las jugadas tácticas cumplen un rol específico.  Algunas jugadas magistrales permiten a los personajes ganar la partida. Otros permanecen contemplando el navegar de barcos hacia el infinito. Pero ¿quiénes van felices en  un crucero? Las parejas de enamorados y los casados aunque sufran frecuentes crisis, malentendidos e injustificadas rupturas.  En el cuento Yo soy María Iribarne más allá del pretexto temático de la novela El Túnel de Ernesto Sábato, vuelve el tópico del amor, la separación, el recuerdo de un amor intenso que dejó su impronta en el espíritu  de los amantes.  No hoja quebradiza, sino otoño quebradizo, que es igual a hoja quebradiza. Conquista, requiebros rupturas y nostalgia amorosa. Qué oportuno el consejo de Alejandra: Déjate extrañar un poco para que te amen más.
Alguien dijo que el amor es una entrevista quizá involuntaria de miradas y Rosse Marie Caballero lo confirma aunque en un tono  amplificado: ¿Sabes lo fundamental que resulta la contemplación para la pareja? En una mirada se entrega el alma y todo se torna mágico.
Venganza en Fa Mayor es un  relato cuasi policial en que  a los recurrentes temas del amor y el sexo se agrega el de la muerte.  Se trata de la recreación de un hecho real con el agregado de algún indicio, dato o evidencia que sólo la intuición  y deducción conjetural de un nuevo Holmes o Auguste Dupin podrán interpretar para esclarecer un crimen pasional. 
Como muchos autores clásicos, entre ellos Camoens al iniciar Los Lusíadas, la autora invoca antes de acometer su escritura el concurso de las musas en el relato El Conde de Montenegro; pero este llamado es realizado con ironía, tono que está presente en gran parte de los relatos. Se destacan  justos y sugerentes adjetivos: El reloj indiferente en su pared con parsimonia apenas sus lentas horas marcaba.  En este cuento cada oración concluye con un verbo que esperó pacientemente su turno para ingresar en escena y completar la idea.
En La Gran Partida se describe mediante precisas jugadas ejecutadas en un cuadriculado cuadrilátero la liberación de rehenes tomados por Sendero Luminoso en la Embajada del Japón en Lima.
En el cuento Las Tres Marías lo espiritual se expresa en lo físico, las cualidades y atributos morales tienen una exteriorización en el cuerpo: al quitarse la chaqueta resaltaban sus fornidos brazos y sus manos grandes y abiertas, francas y seguras.
Las Tres Marías es el primer cuento optimista del libro y con un feliz final. El tema es  nuevamente la experiencia amorosa, la vida en pareja: A la mañana siguiente nos ofreció el desayuno y más tarde salir a almorzar.  Parecíamos una familia. Los finales felices parecen desterrados de la narrativa existencialista turbada por la incertidumbre; pero este relato rompe ese paradigma. Por ello  ¡Es maravilloso! como concluye. Sin miedo ni ruptura, sino con la plenitud de la dicha de un amor perdurable y correspondido.
El relato Ángel del Pueblo está escrito en primera persona y por un personaje de sexo masculino. Aquí la madre, el padre, el abuelo ¿son personas o fichas de ajedrez. Ellos rigen nuestro destino: Ah, olvidaba a mi otra dueña, madre, ella dueña del bien y del mal, me eligió esposa, eligió mi destino y la manera de inutilizarme
En sus tres primeros fragmentos La máscara es un cuento narrado en primera persona por un personaje masculino. Luego surge otro  femenino que se dirige a su ex amante; pero ella al parecer nunca lo quiso: mi cuerpo, mi esencia de mujer, jamás fue tuyo. A mi entender existe una contradicción porque la dama afirma: sólo mi espíritu te pertenecerá. Ergo, también le corresponde su cuerpo, porque el amor de pareja es espiritual y carnal.  El gran dilema entre ser y estar se presenta de improviso: Soy distante. El cuento concluye  siendo narrado en  tercera persona: Pamela, la bella, la amada, la mujer de seda, se pasea sola. Me anticipé a Luís H. Antezana quien afirmó que la palabra esencia es una de las más horribles del idioma y debía ser desterrada o sustituida para dar mayor calidad a los trabajos literarios.
Un cuento comienza con la descripción del paisaje y crea una atmosfera o ámbito propicio para el despliegue de las acciones: Una brisa otoñal se respira desde el ventanal. Al fondo, las montañas se levantan invencibles.  Los verduzcos árboles empiezan a cambiar el matiz de su follaje y ella ahí, siempre ahí. El amor y la no deseada separación,  la odiosa ruptura.  La plenitud de la unión en pareja es rara, es un don reservado a unos cuantos elegidos. 
Una pareja recorrió varias veces un camino que por tanto se convierte  para ella en algo familiar y propio: El cielo se recubría de grises, y tú, sentado junto a la orilla de nuestro camino, leías.  Quien se da cuenta que alcanzó el cenit de la felicidad, no renuncia a ella.  Quien está en el cenit de la dicha sin darse cuenta, lo comprenderá después; pero ya no puede recuperarla y sólo le queda una dulce nostalgia que, en tanto sea controlada, le  aliviará y alegrará  el transcurrir de sus días.
La narración titulada El Lobo Estepario más que a la consagrada novela de Herman Hesse nos trae a la memoria un verso de Gonzalo Vásquez Méndez: Nada duele tanto como la inmensidad de saberse solo. La soledad de las grandes urbes, la soledad en las grandes urbes, la soledad de los soñadores en las grandes urbes, quizá menor que la de los no soñadores. Pero si es suficiente ingresar en un café, encender un cigarrette y leer escondido en un viejo gabán algo, como quien no hace nada, para encontrar calor. Pero hace falta conversar. Por eso Octavio Paz dijo: Conversar es humano.
La vida gris de un funcionario público es, ya se sabe, descolorida, nada creativa, salvo los apasionados romances que se presentan a veces una vez concluida la jornada laboral.  La rutina opaca y envejece.  La absorción de un trabajo monótono, exigente, controlado, pero al menos remunerado, sólo podrá ser iluminada  por un lector clandestino.  Franz Kafka fue un oscuro funcionario que soñaba y escribía en secreto. Esa fue su callada rebeldía y protesta contra un sistema opresor. También fue la mía cuando trabajaba en una profunda, alargada y fría oficina pública dedicada al control fiscal.
Los vagidos del gato es un ameno libro de cuentos escrito con los ritos de una prosa  correcta; con la habilidad de los peritos en la materia; sin embargo confieso que aún no comprendo el título, pues vagido significa grito o llanto del recién nacido  y en los relatos que motivan este   comentario estamos frente a la influencia de gatos y gatas que se encuentran en edad de aparearse y a esta circunstancia se debe gran parte de las desventuras de los personajes representados e identificados con esos  felinos  de vida nocturna y ojos nictálopes que maúllan sobre los tejados y hacen alarde de sus dúctiles siluetas que despliegan una flexibilidad pocas veces igualada por otras criaturas de la escala zoológica. Existen muchos gatos famosos: El gato Funes, el Gato Félix, etc. Pero gatas no conozco mucho. Quizá la Hello Kitty de las historietas, pero es una caricatura.  En este libro nos encontramos ante una dúctil escritura a través de la cual circulan las caras y caretas de seres desconcertados por su propio juego y movimientos.

Los vagidos del gato
(o tal vez gata)

Bolivia
Rosse Marie Caballero Vega
Los vagidos del gato
(o tal vez gata)
LOS VAGIDOS DEL GATO
Departamento de Producción Editorial
© Grupo Editorial La Hoguera
©2009 Sello La Mancha
Derechos reservados
LOS VAGIDOS DEL GATO
Depósito Legal:
ISBN: 978 – 99954 – 34 – 58 – 8
Autora: Rosse Marie Caballero Vega
Director General del Grupo Editorial La Hoguera
Mauricio Méndez Justiniano
Coordinadora de edición literaria
Giovanna Rivero Santa Cruz
Corrección de estilo
Departamento de Producción La Hoguera
Diseño editorial
Simple Estudios
Impresión
Imprenta Landívar
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, incluida las fotocopias y el tratamiento
informático sin el permiso escrito de los autores y del editor. Los
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adquirió. La editorial se lo agradecerá.
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ÍNDICE
LOS VAGIDOS DEL GATO (O TAL VEZ GATA)
YO SOY MARIA IRIBARNE
VENGANZA EN FA MAYOR
EL CONDE DE MONTENEGRO
LA GRAN PARTIDA
TUVO MIEDO DE ABRIR AQUELLOS CUADERNOS
LAS TRES MARIAS
ÁNGEL DEL PUEBLO
EL DESENCUENTRO
LA MÁSCARA
CAMINO SIN RETORNO
AZUL PARA UN ESPEJO
EL LOBO ESTEPARIO
FUNCIONARIO PÚBLICO EN FONDO GRIS

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Rosse Marie Caballero Vega
Los vagidos del gato
(o tal vez gata)
La señorita Aguirre ha visto muchos inviernos pasar (y
por supuesto primaveras) por el pellejo de la vieja higuera
de su huerto. Ha visto cómo en el otoño la higuera se desnuda
entera, como una mujer frente al espejo, y al final del
invierno se vuelve a rehojar. Desde la atalaya de su ventana,
la señorita Aguirre, ha visto también cruzar algunos
gatos por el tejado de la casona vecina, sin distinguir si son
machos o hembras, gatos o gatas, felinos, al fin, a la luz de
la luna, tras de un nuevo acoplamiento.
La señorita Aguirre es egoísta, tan egoísta que no piensa
en nadie, ni siquiera en sí misma. Y no tiene nada que ofrecer,
ni siquiera a sí misma, pero QUIERE ser una mujer.
La señorita E, al contrario de la señorita A, tiene algo que
ofrecer: tiene que escribir. Su futuro está en la escritura. Al menos
eso piensa su familia, o sea su padre, su hijo y su gato.
En una de las escenas del guión que está escribiendo
aparece un marido caviloso junto al umbral de una habitación;
su esposa se enternece. El marido es finalmente
un hombre y ella es finalmente una mujer, y como mujer
debe enternecerse. El ahorro es importante en la vida de la
pareja. Ahorrar significa no gastar sin sentido. Gittan promete
ahorrar y no gastar sin sentido. El marido asiente. Se
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Los vagidos del gato (o tal vez gata)
complace de ser obedecido, le solaza la idea de ser siempre
obedecido y nunca, pero nunca de los nuncas, contrariado.
Sabe que Gittan siempre cumple sus promesas. Gittan, por
supuesto, no piensa contradecir a su marido. La pensión
de ex funcionario jubilado es oro en polvo; caso contrario,
no lograría pagar las cuentas de su automóvil, las cremas
de peinar, los perfumes, y todos los implementos que le
permiten transformarse de cada noche a cada mañana en la
mujer formidable que se ofrece generosamente a la vista de
quienes tienen el placer de verla. Y eso sin contar que Gittan
tiene sus propios ingresos, que son propios porque los
gana con el sudor de sus axilas, que es su propio sudor.
“El olor de tu axila es mi alimento espiritual”, se consuela la señorita
A, recordando su fugaz aventura de adolescencia. Revive
ese olor de axila ajena, la axila que no le pertenece, que nunca le
perteneció, que creyó que le pertenecía, bajo el argumento de creerse
más que las demás, de nariz respingada y cola levantada.
La señorita E, por el contrario, no quiere recordar su
aventura de adolescencia, aquella que le provoca náuseas.
Prefiere recordar las mil aventuras que le provocan orgullo.
El tenue orgullo de haber sido amada por los mil muchachos
del colegio. Prefiere escribir y anotar que Gittan no
cumple su promesa. No puede cumplir la promesa de hervir
el pollo que su marido tanto apetece. ¡El pollo! ¡Deseaba
tanto su caldo de pollo! Tendrá otra vez que recurrir al
acostumbrado sándwich de carnes frías.
Una parte de la habitación pertenece a la señorita E,
la otra parte le pertenece a su gato angora, regordete y
dormilón; el gato se acurruca, limpio y perfumado, en su
flanco. La señorita E sabe que esa parte de la habitación
es de su gato, lo cual toma en serio: La limpia y ordena. La
señorita E no ama los perfumes. Ella no gasta el dinero en
perfumes. A la señorita E le tienen sin cuidado los perfumes
(excepto perfumes de gato). Se baña con jabones cremosos,
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Rosse Marie Caballero Vega
y eso es suficiente para oler bien. El marido de G detesta el
desorden de G en la parte correspondiente de la habitación,
pero lo admite, lo acepta y lo tolera, ya que ella trabaja duro
por el día y por la noche, por el día en la oficina y por la noche
en casa, llenándole de mimos. Marido no va a la oficina
ni llena de mimos a nadie. A marido no le gusta la oficina ni
le gusta dar mimos a nadie.
La señorita A, que bordea los cincuenta, ha tenido que
emigrar al extranjero a buscar empleo (o marido, que es lo
mismo). En el extranjero quizá pueda ser alguien. En su país
no es nadie. La señorita A no es nadie, concretamente una
solterona, y quiere ser alguien, concretamente una mujer.
La señorita A envía una carta desde el extranjero, que
también existe, con postal incluida. La ciudad se ve preciosa,
pero ella no vive en la ciudad. La ciudad no existe
para ella. A vive en una comarca donde el invierno cala sus
huesos de solterona. A merodea por los andurriales, que es
el único privilegio concedido desde su arribo al extranjero,
en calidad de indocumentada.
La señorita A, que es la misma señorita A que está en el
extranjero, en su época no quiso tener marido, ni tener que
domar un marido: “Al tener que domarte dejaría de ser libre,
sería una fatiga, me cansaría. Prefiero ser libre y dejarte libre a
ti” ―y piensa en Evelyn―: “Y tenía tanto amor para ofrecerte,
incluso a mí misma”. Pero hay quienes nacen para no ser
amadas con la misma intensidad que desearían serlo, con la
misma intensidad que estarían dispuestas a amar.
Gittan, que está cobrando vida propia en el guión de
teatro, quiere oír el silencio, pero marido no la deja. Habla,
o enciende la televisión, o escucha música clásica, pero oír
el canto del silencio no le apetece. A la señorita A tampoco
le gusta escuchar la música del silencio; por eso, cuando
se tira bocarriba y contempla el plafón blanco de su habitación,
el martilleo del silencio la corroe. No quiere recordar
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Los vagidos del gato (o tal vez gata)
nada, a nadie, menos la aventura gris de su adolescencia.
A G se le ocurre tomar vacaciones en el extranjero. Su
jefe es amigo de marido; por tanto pide vacaciones, que le
son concedidas con goce de haberes y certificación de días
trabajados. G está absolutamente segura de dejar en buenas
manos su cargo, mientras ella va de viaje con marido.
Que no. Que traes mucha prisa para animarme a hacer el amor
ahora. Recuéstate y lo pensaré, dice Gittan. Marido acababa de
desempacar y se dispone a recostarse con la clara intención
de practicar el ansiado coito con la esposa. Ella le corta la inspiración,
y él, abrumado, decide dejarlo para otro momento.
Ya se verá cuándo, pero está dicho que hoy no será.
La señorita A detesta el frío del extranjero, pero prefiere
sufrir los horrores climáticos a volver a su país. Allí
nada tiene, nadie, ni a ella misma, ni ella es nada ni nadie.
En su empleo d’enseignante de français, allá, en los olivares
de la comarca del extranjero, A se siente alguien, su apellido
se escribe con A de alguien: Mademoiselle Aguirre suena
mejor que simplemente señorita A.
Por su parte, G & Co. (siempre G y marido) han hecho
realidad su mayor sueño, ¡la Tour Eiffel! ¡Oh, la la la! Pronto
su valija se llena de perfumes franceses, esos que la señorita
E adoraría ponerle a su regordete y peludo gato marfil.
G está en el extranjero, y sabe que también Aguirre se encuentra
en aquel país, aunque no sabe exactamente dónde,
“G” respira el mismo aire de suficiencia que “A”, y eso es
suficiente. Ya podemos irnos, querido, solo quise hacer notar que
yo, digo, nosotros también podemos viajar al extranjero.
Gitti odia a la señorita A y a veces odia a marido porque
odió a padre y odió a madre. La señorita A no conoce al
marido de G, pero conoce a G, puesto que sabe que G la
odia, y “A” le grita a “G”: “No conozco a tu marido; pero
pobre tu marido, porque hay que tener estómago para tenerte
a ti de mujer”.
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Rosse Marie Caballero Vega
Gitti es malcriada, chillona, bribona, ingrata con marido,
cuando debería estar agradecida por la comida que ingiere
su estómago día a día, a la hora sagrada. Pero marido
debería estar agradecido con G porque noche tras noche
ella le abre su bajovientre a la hora sagrada, piensa Gitti.
La señorita E piensa que su obra está saliendo de toda
lógica, que se está desviando; no va a ninguna parte, no
parece una obra literaria, más bien una baba, “casi una
secreción”1. No dice nada, no es nada, no va a nada, no
llega de nada. Es un absurdo. La señorita E está consciente
de que no llegará a su meta: hacerse escritora, como tanto
le pide papá. La pizpireta de Gittan sale cuando quiere del
guión; la señorita E no la puede controlar; nadie controla,
sin embargo, a la señorita E, quien también se sale del guión.
En esta historia nadie parece seguir ningún libreto; tan sólo
Mlle. Aguirre, que ha venido escondiendo su amargura a
través de largas noches de soledad, interna y externa. Es
difícil para “A” ponerse el trajecito rojo de dos piezas y
pintarse los labios de carmín, cuando por dentro siente que
no es una mujer de verdad. Aunque adora limpiar, es extremadamente
limpia, es tan limpia por fuera y por dentro
(sin tomar en cuenta su aventura de adolescente) que dan
ganas de vomitar. Su habitación se ve pulcra y brillante,
con una ventana que da al jardín. Nadie toca su puerta,
porque nadie se considera lo suficientemente dign@ para
visitar a tan distinguida dama de alcurnia.
Los muchachos del colegio la recuerdan distante,
como su nariz, alta y lejana. Nadie puede oler el mismo
aroma que ella percibe por encima de los hombros de los
demás; en realidad, las demás no existen, tal vez el aroma
tampoco, pero ella sí, y la señorita E, tan solo la señorita E
podría ser digna de percibir el mismo aroma en el mismo
1.1 Los deshabitados. Quiroga Santa Cruz, M., contraportada.
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Los vagidos del gato (o tal vez gata)
atardecer cuando juntas recorrían el sendero de regreso a
casa, después de clases y aprendizajes que al parecer a nadie
interesaban.
La señorita E ha sido la mejor (y única) amiga de A en
la vida de colegiala. Después no tuvo más amigas, y tampoco
tuvo vida. A través del ventanal observa el ronroneo
de los gatos en el muro vecino, jadean, chillan, enloquecen.
El macho o, supuestamente, el que es gato, huye despavorido
antes de que su víctima-compañera-de-cópula lo
destripe a arañazos. Mademoiselle A corre las cortinas y
cierra sus recuerdos.
El olor de tu axila semeja al aroma del más claro lirio de los
campos, amada mía. Tu sonrisa de primavera acompañará por
siempre todos los inviernos que posiblemente veré transcurrir en
tu ausencia.
Pero hay que domar a la bestia.
Los fragores del acto amoroso se aplacan lentamente.
Los líquidos se unen y en ese grito interno de la hembra se
envuelve el mundo, gira el universo y todo parece prodigioso.
El alarido de la hembra es la victoria del macho. El
hombre sumido de espaldas en la colchoneta relame sus
líquidos y se solaza al mirar de reojo a su amante. Sabe que
la ha vencido, y ella, que no quiere ser vencida ni doblegada
por la voluntad de este farsante, se sacude y, bruscamente,
se levanta para correr a la regadera y limpiar todo vestigio
de impureza. A jabonarse. No quiere que la crea satisfecha.
No, la señorita A no está satisfecha, no es ‘su pareja’, no
quiere ser nada suyo, y refriega esa piel de prostituta que
ardía en deseo momentos atrás. La deja lisa y suave como
la de un ángel. Mi ángel, te amaré por siempre, le repite
el hombre, y ella, volcando el rostro, prefiere mirar al infinito,
ni sabes lo que es amar… pero sabes que esto va a acabar,
debes estar preparado, no me quiero entregar a nadie… Pero yo
te amo, le dice el sinvergüenza, (…y yo te adoro, corrobora
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Rosse Marie Caballero Vega
E, y le besan los pies, las piernas, el monte, quieren besar
su boca…), pero ella esquiva ese beso fatal, ese sería el beso
de la entrega y no está dispuesta a ceder.
Pero la señorita E y aquel sinvergüenza le rompieron
el corazón.
En la época en que diferir sobre la preferencia sexual
es un execrable pecado, la señorita A tiene que permanecer
incólume ante la trizadera de su corazón. Oye cómo sus
compañeros de colegio la envuelven en discretas y sutiles
bromas por la atenta compañía de Eve. Según ellos, la bella
A nació echada a perder, como huevo huero, como un ángel
inalado. ¿Y sus perfumes? ¡Para qué tanto alarde! La señorita
E odia los perfumes en su cuerpo, pero adora perfumar
a su gato. La señorita A tiene que vivir encerrada por
largos años, mientras la muchachada de todo el colegio, de
toda la villa, de toda la ciudad, olvida el incidente del beso
en la axila de la pobre Evelyn.
E hace un largo viaje de estudios después del incidente,
que casi coincide con el acto de promoción de nuevos
bachilleres que lograrán el engrandecimiento de la patria,
y a ella servirán como prueba de su amor y gratitud por
esta tierra que los vio nacer y los formó y educó de acuerdo
a normas de la más estricta moral y ética.
A se aloja en la villa de las afueras, en la casona antigua
de Mayorazgo del abuelo paterno, de apellido ilustre, con
una fortuna amasada como todas: entre gobiernos de explotación
y narcotráfico. Allá se va a vivir la señorita A y es
SEÑORITA A para todos: los criados, los vecinos, los gatos
y los pájaros. Ningún príncipe azul aparecerá jamás en su
vida. Si alguien tiene derecho a tener un príncipe es Evelyn,
casada en el extranjero con un político acaudalado.
E vuelve de su viaje y A tiene que partir.
La señorita A odia a madre y padre, a futuro marido
que no existe, a futuro hijo que no existe ni existirá, por su
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Los vagidos del gato (o tal vez gata)
edad. A no siente cariño, no conoce el cariño. Hasta los perros
se tienen cariño. La señorita A no es perro.
La señorita E, por el contrario, ama a padre, hijo y espíritu
santo, a gato y futura gata y gatitos, pero no ama a
madre muerta de la que siempre fue su enemiga.
Marido no odia a nadie. Él solo ama. Ama a Gitti por
sobre todas la cosas, y a Gitti por bajo todas la cosas.
Lo peor para la señorita A es que E vuelve sin marido.
Un divorcio y adiós a la historia novelesca e inverosímil de
un matrimonio afortunado. Pero queda el resarcimiento pos
divorcial, y E no tiene reparos en adquirir la casona de Mayorazgo
para fines turísticos. Mayorazgo se convertirá en el
atractivo número uno de los museos del país, no precisamente
por la momias (que no las hay), sino por el símbolo
colonial del lugar. Otra vez la señorita E se sale del libreto y
deja volar la imaginación que tiene un alto precio, tan alto
como aquel jacarandá que impresiona a la señora Gittan,
¡quien por primera vez en su vida ve un árbol azul!
A sale corriendo antes de ser descubierta por su amiga
de antaño.
Gittan vuelve al guión. Marido ama la limpieza y odia
el desorden de Gitti, por lo que se podría decir que ama a
G y odia su desorden, que es lo mismo que ama G, y está a
punto de odiar a G si no corrige su desorden, pero ella sabe
que quien pierde en esta partida es, en todo caso, marido.
Ella tiene la ventaja de la juventud. Gitti tiene treinta y
tres y varios compañeros de oficina por jubilarse; ella no
pierde, quien pierde es él; por tanto, a él no le queda más
que callar, y odiar en silencio a G, que pronto también lo
odiará, porque el odio transmite odio, el amor transmite
amor, amor con amor se paga. Por lo pronto, G está segura
de que ama a marido porque cree que marido la ama y no
odia su desorden. Por lo pronto marido ama a G sin contar
el desorden.
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Rosse Marie Caballero Vega
La señorita E planea hacer el proyecto del museo en
la villa de las afueras, pero no recibe apoyo de la municipalidad.
La casona se va deteriorando. Luego de que la
señorita A huye del lugar, los criados dejan de tener sentido
y se hacen libres, empiezan a criarse solos y a salir a la
ciudad para hacerse cargadores, pequeños comerciantes,
o ladronzuelos. El urbanismo alcanza la villa de las afueras.
Se construyen grandes edificios con ventanales que
reflejan el quehacer del exterior, pero no del interior del
edificio. Se pone de moda la coca, y los hombres a la tejana,
con sus botas de piel de cocodrilo y sus cartucheras de piel
de víbora. Los automóviles con vidrios ray-ban, que esconden
al conductor y a sus misterios@s acompañantes, y se
difunde la represión política contra el narcotráfico.
Más tarde, entre el canto de gallos y media noche, los
políticos de la nación se reproducen por miles. En negociados
ilícitos, y transportados por avionetas clandestinas, se hacen
millonarios. Pactan con propios y extraños y se reparten el
país que la señorita A deja y la señorita E encuentra después
de muchos años. En este país, hacerse escritora es casi una
broma. ‘Ser alguien’ sin tener dinero es imposible. Por eso la
señorita A hace sus maletas y se va a buscar algo de dinero
y de identidad sexual, confundida por una callada y divergente
preferencia del común de la gente.
Gittan & Co. continúan entre el bien y el mal, pues,
los despilfarros económicos de G están a punto de declarar
a marido en quiebra, pero eso a G no le afecta. Suele
pasar tardes enteras con sus compañeras de oficina jugando
al bridge, apostando cantidades de dinero que
marido intenta ahorrar para su vejez. Ella es joven y se
ríe de la vida, todavía se ríe de la vida porque nada ha
vivido, nada tiene, y nadie es, concretamente una simple
secretaria privada, pero cree ser alguien, concretamente,
la heredera de las rentas de marido.
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Los vagidos del gato (o tal vez gata)
Desperdiciamos nuestras vidas por un ímpetu de mediocridad.
La pasión es un calor constante y firme. Sin fuego no hay calor, sin
calor no hay vida. No hay pasión. No me puedo retirar de la vida sin
haber vivido. Posible personalidad depresiva de la señorita A.
Marido le pide a G acostarse, amarse, concretamente
hacer el amor; ella responde: Un momento, tengo que
tomar mi calcio para que mis huesos no se rompan, mi aspirina
para mi corazón, el estrógeno… etc., etc. Posible personalidad
histérica de G.
Gitti espera que A sea infeliz donde esté. Marido no
espera nada, marido ya no espera nada. Marido no espera
ni todavía muerte.
Tenemos un año, tenemos algo. El último cigarrillo de la noche
en el cenicero ajeno. No puedo creer que existas, Eve mía. A,
que está sola en los olivares del sur de la frontera, se confiesa:
“Amo mi inestabilidad, no tener una yunta a quien estar
permanentemente sujeta. Amo mi libertad. ¿O tal vez no?”.
La señorita E tiene un prestigio que cuidar: su padre, o
sea el prestigio de su padre.
Una noche alguien dice refiriéndose a la señorita Gittan:
“Envidiable la estabilidad que tiene”, mirando a marido.
Un señor mayor, calvo y rechoncho, con pocos pelos
nieve sobre el labio superior a manera de bigote. “A tener
la estabilidad de la vecina del frente, francamente prefiero
tener mi propia inestabilidad”, piensa A.
Debe costar duros ser la mujer de un señor así. “Querido,
tu sopa, tu baño, tu tutú…”. Y llevar una vida apacible,
como el agua de la fuente cuando no hay viento. Tejer,
bordar, lavar camisas y planchar. Ordenar todo y estar las
veinticuatro horas al servicio de la casa. Por la noche, acostar
a marido y mirar las telenovelas mexicanas, cada cual
más cursi que la otra. Y suspirar y soñar con la vida que
una no tuvo, y querer empezar todo de cero… Pero al momento
de mirarse en el espejo, descubrir un cabello cano
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Rosse Marie Caballero Vega
nuevo y una arruga más… y cerrar lentamente el telón de la
representación perfecta de una vida entre cuatro paredes.
Pero la señorita A no imagina que tras del muro de la
casa de Gittan, no es Gitti la que lava, la que cose, la que
limpia, sino marido. La señorita E no quiere tener que lavar,
planchar ni cocinar, porque el amor se incrusta en el corazón
de la hembra, y es el momento de la derrota. Perder la batalla
por una simple flecha es como perder la vida, y a refregar
con amor, a lavar con amor, a limpiar con amor, a coger
con amor y cuando el amor del macho se acabe, a sufrir por
amor, a penar por amor y a morir por amor. Morir antes que
esclavos vivir. Huir antes que morir, huir antes que esclavos
vivir y todos felices. La ventera de la esquina con su venta
de dulces y chicles y manzanas. La señora de la farmacia,
feliz sin gastar su dinero; la enfermera del hospital, sin amamantar
hijos… Pero, como toda estupidez se paga con dolor
y la mujer es mujer, a casarse se dijo (o a coger, que es lo
mismo), y ahí las ven: la ventera con su crío (el otro crío es
de otro padre); la farmacéutica llegando a casa a las 23 p.m.
para preparar la comida familiar del día siguiente; y la enfermera,
criando con sacrificio a sus varios niños.
La señorita E no sabe cómo titular su obra: Cinco vidas y
un perro o ¿Por qué los hombres nacemos machos? o El manifiesto
de las vacas locas, se le ocurren como posibles títulos, pero ¿a
quién le podría interesar? ¿A papá?, ¿a hijo?, ¿a gato?
Gittan en su nueva vida, desdoblada de la obra que la señorita
E está escribiendo, tiene problemas con M, problemas
de estómago, porque para marido es muy importante el funcionamiento
del aparato digestivo; por eso, a la hora de ir al
baño a satisfacer necesidades fisiológicas digestivas, olvida las
necesidades fisiológicas reproductivas de G; en otras palabras,
le importa un rábano el coño de G a la hora de defecar.
Marido, el ex funcionario jubilado, quiere tener sexo
pero no puede. Al sexo de marido le gusta dormir, le agra20
Los vagidos del gato (o tal vez gata)
da de veras dormir, por la mañana el sexo de marido despierta
dormido. Ya no es como antes. Por tanto, la vida de
antes de marido y su sexo se han perdido en los umbrales
de olvido. Olvido es otro personaje que está queriendo
nacer en la obra de la señorita E con sexo o sin sexo, Gittan
mía, ¿tú me amas?, y Gittan se pregunta:
¿Qué será el amor, no?
¿Será esa pequeña diferencia que existe entre la vida y la
muerte?, y G busca en libros especializados y encuentra respuestas
como:
Lo más bello del amor
es que es breve.
O
La alegría de amar está en tener la oportunidad de depositar
ese amor en la persona amada, decirle que la amamos,
compartir algún secreto con ella. Tocar su cuerpo y
llenarla de besos, aun por un instante, y guardar ese recuerdo
como un tesoro.
La desalegría del ser amado (aquel que no ama, pero
que es amado) es la tragedia de ser acosado por el amante
(el que ama), al ser tocado, acariciado, besado o contactado
por teléfono. Este tipo de amor deteriora la relación ocasional
de la pareja y la torna en una pesadilla.
Entonces, G se siente confundida. Gittan no encuentra
respuestas específicas a sus preguntas específicas.
La señorita E, por su parte, detesta que le llamen ‘miamor’,
y rechaza todo tipo de demostraciones de afecto,
ya no quiere ser el amor de nadie, y rechaza las palabras
indulgentes, mi reina, mi vida: Tu vida es tuya y la vida de
ella es la vida de ella, independiente y autosuficiente, con
esa autosuficiencia con que va al súper y compra galletas y
detergentes y sábanas, o condones femeninos. Con esa autosuficiencia
con que retoma una carrera universitaria, con
21
Rosse Marie Caballero Vega
la misma autosuficiencia con que paga la colegiatura de su
hijo y la comida del gato. Con la misma autosuficiencia con
la que desprecia el prestigio por cuidar de papá.
La señorita A va a cambiar si es que tiene que cambiar;
intenta cambiar, pero no va a cambiar ella. Ella, la señorita
E, va a cambiar el texto, no cambiar, es decir su persona, es
decir sí su persona, pero no a ella… Al fin y al cabo las dos son
iguales, las dos compartieron el mismo camastro apestoso
del hombre que, además de ellas, se cogía a otras a la vez.
La señorita E ve a su gato corretear por los tejados tras
una gata en celo.
Las cuatro menos veinte. Este martes en mi casa todo es frío,
frío y, sin embargo, muy cálido. Has llamado y me puse a pensar,
a pensar en esas sombras que me envuelven y me dan desilusión.
Nada es real. Ya ves, un poquito de ti y de mí, de nosotras, apenas
tocamos la frágil noción del tiempo, apenas has llegado y un
cigarrillo entre mis dedos, suspirando lo imposible. Nada parece
existir. Los papeles que se van entre las manos, libros muertos
si no los miras, y yo, naufragando entre historias inventadas y
prosas que vienen y terminan escritas en mi viejo computador.
Nada parece existir, solo tu voz y mi angustia, solo el silencio que
me dice que todo debe terminar.
Los personajes como la señorita A no pasan navidades,
se ponen a leer un libro en cama e ignoran la locura del
mundo, allá afuera, en medio de tejados y supermercados,
calles abarrotadas de mugre y de fiesta. Aquí nada. En la
obra que lee A no pasa nada, o pasa algo, todo lo contrario.
Soledad es la protagonista y vive en soledad, soledad es
lo que respira quien lee y vive en soledad. Soledad es una
palabra interesante e inspira soledad. Aquí todo está solo.
El árbol seco de Nochebuena, las luces que se miran unas
a otras, un regalo solo para el hijo que no llegará, un solo
panetón y una sola botella de vino, una caja de bombones y
unas velas solas. El niño en el pesebre y una campana que
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Los vagidos del gato (o tal vez gata)
toca un solo de lamentos en lo alto del pequeño árbol solo.
Ella, que lee sola, y solo el amigo que la visita y que hoy no
vino porque no es día de visitas. Ninguna invitación para
salir en Nochevieja y una larga noche que espera la oportunidad
de dormir en compañía. Y cualquier tío atrapado
por el alcohol, como muchos, igual o peor que aquel, en
este pueblo que se rompe y se corrompe…
Las despedidas son nostálgicas. Dejan un vacío, aunque fugaz
o momentáneo, tal vez feliz para el que se va o para el que se
queda, o triste para el que se va o se queda. Como aquella tarde
nublada y fría que partiste en aquel avión. Tu bolso y nuestro
pasado contigo. Y otra vez nos quedamos solas, como antes de
que llegaras, como siempre. Desde aquella noche oscura que te
fuiste brava, con la bronca de tu impotencia, por no poder cambiar
el rumbo de las cosas.
Hoy no estás más.
Te has ido otra vez. Tal vez una pequeña lágrima resbale por
el rostro, pero ya no se la verá, estará muy dentro deslizándose
hacia el dolor infinito que abriga el alma en las despedidas.
Una vez más la señorita E se sale del guión y piensa:
Cuando una ama, tiene que valorar y medir la dimensión
de lo posible. Un amor imposible implica un ser superior
y otro inferior, sea en el ámbito estético, intelectual
o económico o, sencillamente, porque una es mujer y ¡la
otra también!
Amor, la vida es sueño, sueño la vida, la vida sueña amar,
el amor ama, el amor se deja amar en tu regazo. Tu risa suave,
tu boca luna, tu cuerpo tibio perfuman mi habitación. Amor,
no sueñes con el amor, no con la vida, no ames el sueño; ama el
amor, no sueñes amar, ama el sueño, ¡ama la vida!
Y la señorita Aguirre, desde el horizonte, zozobrando
entre matar el amor que siente por E o incubar un amor por
algún hombre, suspira.
Todas las despedidas dejan dolor. Ese dolor impalpable que
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Rosse Marie Caballero Vega
se queda en los andenes vacíos de cualquier estación, que, como
el humo, se va, evaporando el silencio encallado en las grietas de
la soledad. Ah, el agua, el agua de los mares y el acantilado. Las
rocas que se quedan inmóviles contemplando el navegar de los
barcos eternos hacia el infinito.
Todas mis esperas frustradas.
Y mis ojos, clavados en el horizonte, esperando que llegue el
dios Hermes y te deje partir, salir de la gruta que te tiene anudada
al cuerpo de alguien que no amas, porque sueñas con volver
a tu Itaca dorada. Ah, los barcos, y el recuerdo de aquellos ojos
verdes que te esperan con su brillo apagado por los atardeceres
hambrientos y fríos, mi bella E, mi diosa E.
Pero E vuelve y A tiene que partir.

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